Cuerpo - Alma - Espíritu

Una simple revisión de textos antiguos nos confirma la gran importancia que tenía en el mundo clásico, tanto para la sociedad como para el individuo, la idea de que el hombre se componía de Cuerpo, Alma y Espíritu
Hasta Descartes (1596 - 1650), el Alma fue comprendida como la parte síquica del hombre, lo que hoy diríamos la mente; el Espíritu era visto como perteneciente a una dimensión intemporal, impersonal y metafísica.
En Descartes estuvo el origen de la confusión entre Alma y Espíritu. Lo que anteriormente era claramente diferenciado como procedente del Alma (lo psíquico), o proveniente del Espíritu (lo metafísico), en la actualidad es ignorado por la civilización occidental.

Sin negarle los méritos que sin duda le corresponden, Descartes tiene una grave responsabilidad en esa reducción de la existencia al binario Cuerpo - Alma, a través de su teoría "pienso luego existo".

A través de la desviación materialista de la existencia la civilización occidental ha llegado a un limitativo dualismo "Cuerpo-Alma", una visión binaria que ha conducido al hombre a creer que solo es cuerpo e intelecto, o mejor dicho cuerpo y mente, ya que la palabra intelecto designaba antiguamente la capacidad de captación espiritual y no la capacidad mental racional como designa hoy en día.

Esta visión binaria y reductora ha conducido al hombre a negar toda dimensión trascendental a su existencia, es decir, a una concepción materialista de la vida. Concibiendo al hombre como Cuerpo y Mente, y olvidando el Espíritu, se limita la existencia de cualquier dimensión superior, y por tanto cualquier salida a las simples emociones y los procesos mentales.

Al ignorar el Intelecto o la Intuición Intelectual (el Budhi de los orientales) se cierra el acceso a esa realidad que permite al hombre conocer las verdades absolutas de su Ser. Sin el reconocimiento del Espíritu el ser humano permanece encerrado en la duda y en lo relativo, ya que la mente pensante no puede llegar a lo que está por encima de ella. Solo el Intelecto, el Espíritu, puede hacerlo.

Este hombre que se entiende dual "Cuerpo-Alma", contiene potencialidades que le son insospechadas, y que, por cerrar el acceso al conocimiento que abre la consciencia del Espíritu como tercer componente del Ser, deja al ser humano en una especie de estado larvario anterior a la metamorfosis.

Metamorfosis por la que debe pasar el hombre en su segundo nacimiento, según los Evangelios y los escritos de Pablo de Tarso. La condición previa a este nacimiento es la "muerte del hombre viejo" (San Pablo), la disolución del ego cuyas manifestaciones arraigan en el psiquismo. Lo que en realidad no es sino un proceso iniciático.

La diferenciación entre psíquico (Alma) y espiritual (Espíritu) pasa por un proceso de observación de las manifestaciones del ego; permitiendo esto ver el límite, en vivo y en directo, de la irrealidad del hombre "Cuerpo-Alma".

Volver a una concepción ternaria del hombre es una vía de esperanza, en la cual puede ponerse de manifiesto un posible porvenir para una gran parte de la Humanidad, abandonada al materialismo y la negación de la trascendencia.

"Spiritus", "Anima", "Corpus"

Según René Guénon:
La división ternaria es la más general y al propio tiempo la más sencilla que pueda establecerse para definir la constitución de un ser vivo, y en particular la del hombre, pues está claro que la dualidad cartesiana de "espíritu" y "cuerpo", que en cierto modo se ha impuesto en todo el pensamiento occidental moderno, de ninguna forma puede corresponder a la realidad; ya hemos insistido en ello lo bastante a menudo en otros lugares como para no tener necesidad de volver sobre ello ahora. La distinción de espíritu, alma y cuerpo es además la unánimemente admitida por todas las doctrinas de Occidente, fuese en la Antigüedad o en la Edad Media; el que más tarde se haya llegado a olvidarla hasta el extremo de no ver ya en los términos de "espíritu" y "alma" más que especies de sinónimos, bastante vagos además, y de emplearlos indistintamente uno por otro, cuando propiamente designan realidades de orden totalmente diferente, es quizá uno de los ejemplos más asombrosos que puedan darse de la confusión que caracteriza a la mentalidad moderna. Tal error, además, tiene consecuencias que no todas son de orden puramente teórico, y evidentemente ello lo hace aún más peligroso (1); pero no es de esto de lo que hemos de ocuparnos aquí, y en lo que concierne a la división ternaria tradicional, queremos precisar tan sólo algunos puntos que tienen más directa relación con el tema de nuestro estudio.
Esta distinción de espíritu, alma y cuerpo se ha aplicado al "macrocosmos" lo mismo que al "microcosmos", siendo análoga la constitución del uno a la del otro, de modo que necesariamente han de encontrarse elementos que se corresponden rigurosamente por una y otra parte. Esta consideración, en los griegos, parece vincularse sobre todo a la doctrina cosmológica de los Pitagóricos, que, por lo demás, no hacían en realidad sino "readaptar" enseñanzas mucho más antiguas; Platón se inspiró en esta doctrina y la siguió mucho más de cerca de lo que comúnmente se cree, y, en parte por mediación de él, algo de ella se transmitió a filósofos posteriores, como por ejemplo los estoicos, cuyo punto de vista, por lo demás, mucho más exotérico, mutiló y deformó demasiado a menudo las concepciones de que se trata. Los Pitagóricos consideraban un cuaternario fundamental que comprendía en primer lugar al Principio, transcendente con respecto al Cosmos, después, al Espíritu y el Alma universales, y por ultimo, a la Hyle primordial (2); es importante señalar que esta última, en cuanto pura potencialidad, no puede asimilarse al cuerpo y corresponde más bien a la "Tierra" de la Gran Tríada que a la del Tribhuvana, mientras que el Espíritu y el Alma universales recuerdan manifiestamente a los otros dos términos de este último. En cuanto al Principio transcendente, en ciertos aspectos corresponde al "Cielo" de la Gran Tríada, pero, no obstante, por otra parte se identifica también con el Ser o la Unidad metafísica, esto es, Tai-ki; parece faltar aquí una distinción clara, que por lo demás quizá no era exigida por el punto de vista, mucho menos metafísico que cosmológico, desde el que se establecía el cuaternario de que se trata. Sea lo que fuere, los estoicos deformaron esta enseñanza en sentido "naturalista", perdiendo de vista el Principio transcendente y no considerando ya mas que un "Dios" inmanente que, para ellos, se asimilaba pura y simplemente al Spiritus Mundi; no decimos al Anima Mundi, contrariamente a lo que parecen creer algunos de sus intérpretes afectados por la confusión moderna de espíritu y alma pues en realidad, para ellos, lo mismo que para aquellos que seguían más fielmente la doctrina tradicional, esa Anima Mundi nunca tuvo sino un papel simplemente "demiúrgico", en el más estricto sentido de la palabra, en la elaboración del Cosmos a partir de la Hyle primordial.
Acabamos de decir elaboración del Cosmos, pero quizá fuera más exacto decir aquí formación del Corpus Mundi, en primer lugar porque la función "demiúrgica", en efecto, es propiamente una función "formadora" (3), y luego porque, en cierto sentido, el Espíritu y el Alma universales mismos también forman parte del Cosmos; en cierto sentido, pues, a decir verdad, pueden considerarse desde un doble punto de vista, que también corresponde en cierto modo a lo que antes llamábamos punto de vista "genético" y punto de vista "estático", sea como "principios" (en sentido relativo), sea como "elementos" constitutivos del ser "macrocósmico". Esto proviene de que, puesto que se trata del ámbito de la Existencia manifestada, estamos de este lado de la distinción entre Esencia y Substancia; del lado "esencial", Espíritu y Alma son como "reflexiones" del Principio mismo de la manifestación a niveles distintos; del lado "substancia", por el contrario, aparecen como "producciones" surgidas de la materia prima, aunque determinando ellos mismos sus producciones posteriores en sentido descendente (4), y ello porque para situarse efectivamente en lo manifestado, es menester que ellos mismos también se hagan parte integrante de la manifestación universal. La relación entre estos dos puntos de vista se representa simbólicamente por el complementarismo del rayo luminoso y el plano de reflexión, necesarios ambos para que se produzca una imagen, de suerte que, por una parte, la imagen es verdaderamente un reflejo de la fuente luminosa misma, y, por otra, se sitúa en el grado de realidad señalado por el plano de reflexión (5); para emplear el lenguaje de la tradición extremo-oriental, el rayo luminoso corresponde aquí a las influencias celestiales, y el plano de reflexión a las influencias terrenales, lo cual coincide bien con la consideración del aspecto "esencial" y el aspecto "substancial" de la manifestación (6).
Naturalmente, estas observaciones que acabamos de formular acerca de la constitución del "macrocosmos" se aplican también en lo que concierne al espíritu y el alma en el "microcosmos"; solo el cuerpo no puede ser jamás considerado como "principio", hablando con propiedad, porque siendo resultado y término final de la manifestación (esto, naturalmente, por lo que se refiere a nuestro mundo o estado de existencia), no es más que "producto" y no puede convertirse en "productor" en ningún aspecto. Por este carácter, el cuerpo expresa la pasividad substancial tan completamente como en el orden manifestado es posible; Mas al propio tiempo, también con esto se diferencia evidentísimamente de la Substancia misma, que en cuanto principio "maternal" concurre a la producción de la manifestación. En este aspecto, se puede decir que el ternario de espíritu, alma y cuerpo está constituido de otro modo que los ternarios formados de dos términos complementarios y en cierto modo simétricos y un producto que ocupa una posición intermedia entre ellos; en este caso (y naturalmente también en el del Tribhuvana, al cual corresponde exactamente), los dos primeros términos se sitúan del mismo lado con respecto al tercero, y si bien éste, a fin de cuentas, puede ser considerado todavía como su producto, ya no desempeñan un papel simétrico en tal producción: el cuerpo tiene su principio inmediato en el alma, pero no procede del espíritu sino indirectamente y por intermedio del alma. Solamente cuando se considera al ser como enteramente constituido, esto es, desde el punto de vista que hemos llamado "estático", viendo en el espíritu el aspecto "esencial" y en el cuerpo el aspecto "substancial", puede encontrarse una simetría en este aspecto no ya entre los dos primeros términos del ternario, sino entre el primero y el último; entonces, en el mismo aspecto, el alma es intermedia entre el espíritu y el cuerpo (y eso justifica su designación como principio "mediador" que anteriormente indicábamos), pero no por ello deja de ser, como segundo término, forzosamente anterior al tercero (7), y, por consiguiente, en modo alguno puede ser considerada como producto o resultante de los dos términos extremos.
Todavía puede plantearse otra cuestión: ¿cómo es que, pese a la falta de simetría que entre ellos acabamos de indicar, espíritu y alma, no obstante, se toman a veces en cierta forma como complementarios, siendo entonces generalmente considerado el espíritu como principio masculino y el alma como principio femenino? Es que, siendo el espíritu el que, en la manifestación, más cerca está del polo esencial, el alma se encuentra, respecto a él, del lado substancial; así, con respecto el uno del otro, el espíritu es yang y el alma yin, y por eso suelen simbolizarse respectivamente por el Sol y la Luna, lo que además puede justificarse aún más completamente diciendo que el espíritu es la luz emanada directamente del Principio, mientras que el alma no presenta sino una reflexión de esa luz. Además, el "mundo intermedio", que también puede llamarse esfera "anímica", es propiamente el medio en el que se elaboran las formas, lo que, en suma, constituye un papel "substancial" o "maternal"; y esta elaboración se produce bajo la acción o, más bien, la influencia del espíritu, que así tiene en este aspecto un papel "esencial" o "paternal"; por lo demás, está claro que para el espíritu en esto sólo se trata de una "acción de presencia", a imitación de la actividad "no-actuante" del Cielo (Cool.
Agregaremos unas palabras a propósito de los principales símbolos del Anima Mundi: uno de los más habituales es la serpiente, a causa de que el mundo "anímico" es el ámbito propio de las fuerzas cósmicas, que, aunque también actúan en el mundo corporal, pertenecen en sí mismas al orden sutil; y esto tiene conexión, naturalmente, con lo que más arriba hemos dicho del simbolismo de la doble espiral y el del caduceo; además, la dualidad de los aspectos que la fuerza cósmica toma corresponde realmente al carácter intermedio de ese mundo "anímico", que hace de él propiamente el lugar de encuentro de las influencias celestiales y las terrenales.
Por otra parte, la serpiente, en cuanto símbolo del Anima Mundi, se representa las más de las veces en la forma circular del Uroboros; tal forma, en efecto, le conviene al principio anímico en cuanto está del lado de la esencia con respecto al mundo corporal; pero, por supuesto, está por el contrario, del lado de la substancia con respecto al mundo espiritual, de suerte que, según el punto de vista desde el que se lo considere, puede tomar los atributos de la esencia o los de la substancia, lo que, por decirlo así, le da la apariencia de una doble naturaleza. Estos dos aspectos se encuentran reunidos de forma bastante notable en otro símbolo del Anima Mundi que pertenece al hermetismo de la Edad Media: se ve en él un circulo en el interior de un cuadrado "animado", es decir, puesto sobre uno de sus ángulos para sugerir la idea de movimiento, mientras que, por el contrario, el cuadrado que descansa sobre su base expresa la idea de estabilidad (9); y lo que hace a esta figura particularmente interesante desde el punto de vista en que nos situamos ahora, es que las formas circular y cuadrada que son sus elementos tienen en ella significaciones respectivas exactamente concordantes con las que tienen en la tradición extremo-oriental (10).
NOTAS:
(1). Véase El Reino de la Cantidad y los Signos de los tiempos, cap. XXXV.
(2). Cf. el comienzo de los Rasâil Ikhwân Es-Safâ, que contiene una exposición clarísima de esta doctrina pitagórica.
(3). Es importante subrayar que decimos "formadora" y no "creadora"; esta distinción tomará su sentido más preciso si se considera que a los cuatro términos del cuaternario pitagórico se los puede poner respectivamente en correspondencia con los "cuatro mundos" de la Kábbala hebrea.
(4). Recordemos a este respecto que, según la doctrina hindú, Buddhi, que es el Intelecto puro y que, como tal, corresponde al Spiritus y a la manifestación informal, es ella misma la primera de las producciones de Prakriti, al mismo tiempo que es también, por otro lado, el primer grado de la manifestación de Atmâ o del Principio trascendente (V. L´Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. VII)
(5). Véase Le Symbolisme de la Croix, capítulo XXIV.
(6). El rayo luminoso y el plano de reflexión corresponden exactamente a la línea vertical y a la línea horizontal tomadas para simbolizar respectivamente el Cielo y la Tierra (V. anteriormente, fig. 7)
(7). Es evidente que se trata aquí esencialmente de una anterioridad lógica, siendo además considerados los tres términos en simultaneidad como elementos constitutivos del ser.
(Cool. Estas últimas observaciones pueden permitir el comprender que, en el simbolismo hermético de la Masonería escocesa, el Spiritus y el Anima sean representados respectivamente por las figuras del Espíritu Santo y de la Virgen, lo que es una aplicación de orden menos universal que la que hace corresponder éstos a Purusha y a Prakriti como hemos dicho al principio. Hace falta añadir que, en este caso, lo que se considera como el producto de los dos términos en cuestión no es el cuerpo, sino algo de otro orden, que es la Piedra filosofal, frecuentemente asimilada, en efecto, simbólicamente a Cristo; y, desde este punto de vista, su relación es aún más estrictamente conforme a la noción del complementarismo propiamente dicho que en lo que concierne a la producción de la manifestación corporal.
(9). Cf. Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. XX.
(10). Comparando esta figura con la figura 8, se comprobará que la imagen esquemática del "mundo intermedio" aparece en cierto modo como una "vuelta" o un "giro" de la del conjunto del Cosmos; sería posible deducir de esta observación, en lo que concierne a las leyes de la manifestación sutil, ciertas consecuencias bastante importantes, pero que no podemos ni pensar en desarrollar aquí.
Capítulo XI de La Grande Triade, París, 1946