Las doce campanas sonaron en el viejo reloj de la Catedral de Caracas. La plaza estaba sola. Una brisa fría venía del norte de la ciudad. Un caballero bien vestido, con bombín y cubierto con una capa española apareció por la esquina de Las Monjas entró a la plaza y marchó hacia la esquina de La Torre, de pronto apareció en la puerta de la iglesia una figura diminuta como un niño de diez años, pero tenía un tabaco en la boca y fumaba, como si fuera el último tabaco de su vida. El hombre lanzaba bocanadas de humo, pero de pronto el tabaco se apagó. El caballero ya estaba llegando a la esquina de La Torre y escuchó claramente cuando con voz chillona, aquel sujeto con aspecto de niño, le pidió: Me permite un fósforo para encender el tabaco, por favor. El hombre sintió un escalofrío y se acercó al extraño fumador. Era de muy corta estatura, tenía cara de viejo. Era un enano.

Le alargó el fósforo encendido y vio como el enano después de chupar el tabaco comenzaba a crecer y crecía… Después de una carcajada muy fuerte llegó a la altura del reloj y con el índice de la mano derecha señaló la esfera diciendo:

_Son las doce y cinco en Caracas y las agujas del reloj de San Pedro en Roma marcan las seis y siete de la mañana… ¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja! _Como si fuera un muñeco de resorte, en fracción de segundos, el hombre se convirtió de nuevo en enano. Pero ya el hombre iba corriendo hacia la esquina de Veroes gritando:

¡Auxilio! ¡Socorro!, ¡Ave María Purísima…!

Durante dos siglos ‘el enano’ de la Catedral fue el fantasma más célebre de Caracas.

Los hombres se abstenían de pasar por el centro de la ciudad después de las diez de la noche. Más de un noctámbulo llegó corriendo hasta la Puerta de Caracas con la lengua afuera, aterrorizado por el enano.

Cuando Billo empezó a tocar en el Roof Garden, en 1939, desapareció el enano. Años más tarde Billo escribió ‘en la esquina de Las Gradillas sale un muerto’, pero no citó al enano por respeto.

Aunque ‘el enano’ se convirtió en una institución caraqueña y el terror ‘de los mujeriegos’ que viviendo en la Candelaria tenían un ‘segundo frente’ por Santa Rosalía, existieron otros fantasmas que rivalizaron con el fatídico enano de la Catedral. Por ejemplo, ‘el hombre de la cachuchita en La Plaza de la Misericordia’, hoy Parque Carabobo.

Cuando López Contreras era presidente de la República conservaba todavía esa plaza una hermosa reja que impedía la entrada de los perros al parque. En aquel entonces uno de los grandes problemas caraqueños eran los perros callejeros, flacos y sucios, tal como los retrató el gran César Rengifo cuando pintaba las miserias del pueblo.

Después de las doce, a la misma hora del enano, aparecía el hombre de la cachuchita, un fantasma que tenía las dos manos en los bolsillos del pantalón y se acercaba silbando, mientras el tipo que había tenido la audacia de entrar a la plaza se defecaba y trataba de huir, pero las puertas de las rejas, habían desaparecido. No había forma de encontrarlas.

Esta tortura duraba una hora aproximadamente, cuando también como por encanto aparecían las puertas y desaparecía el hombre de la cachuchita.

Así son las cosas