Ablución es, según la RAE de la Lengua, la acción de purificarse por medio del agua, según ritos de algunas religiones, como la judaica o la mahometana. En la liturgia católica llamamos así a la ceremonia de purificar el cáliz y de lavarse los dedos el sacerdote después de comulgar. Así pues, la ablución es el acto de acto de limpiar (purificar) los vasos sagrados que se han usado en la misa y también el eliminar las partículas de pan consagrado que hayan podido, ocasionalmente, quedado adheridas a los dedos del celebrante. Tanto el celebrante como el diácono o el acólito pueden purificar los vasos sagrados en el lado derecho del altar o en la credencia. Si hay diácono o acólito deben hacerlo ellos, mientras el sacerdote guarda el sagrado silencio de la poscomunión junto con los fieles. Es preferible usar la credencia para este rito y no el altar, ya que litúrgicamente es un hecho irrelevante pues se trata de lavar lo usado. Si se hace en la credencia se evita distraer al pueblo en su acción de gracias.

Al purificar los vasos, hay dos tendencias que se deben evitar: por una parte se debe evitar un esfuerzo demasiado escrupuloso para encontrar las partículas más pequeñas, y por otra parte el adoptar un modo aparentemente informal y despreocupado que podría implicar, al menos, una falta de respeto a la Eucaristía. En cualquier caso, debe evitarse el dar la impresión de que se trata de una segunda comunión.

Después de colocar las formas en el sagrario, el celebrante de pie en el centro del altar, consume si es preciso lo que queda de la Preciosa Sangre (ayudado por otros si es necesario). Luego, lleva el cáliz y la patena o los otros vasos sagrados al lado derecho del altar (o los ayudantes los llevan a la credencia, si las purificaciones se realizan allí). Primero se asegura que todos los fragmentos van al cáliz (o al copón), cubriendo los dedos de la mano derecha con el purificador, sin frotar la superficie con movi­mientos circulares, sino empujando suavemente todos los fragmentos dentro del cáliz.

Mientras el acólito o ayudante derrama una cantidad razonable de agua en el cáliz o en el copón, el celebrante puede poner los dedos encima para que los fragmentos adheridos a los dedos caigan dentro. Puede apartar los dedos para indicar al ayudante que deje de echar agua. Seca sus dedos y, si es necesario, da vueltas al vaso para asegurarse de que los fragmentos están desprendidos de la superficie interior. Luego, bebe la ablución. Igual haría el diácono o el acólito.

Si hay varios copones para purificar, puede no ser fácil limpiarlos «en seco» con el purificador. Por tanto, se puede echar agua en un copón (sobre los dedos), seca los dedos y echa la ablución en el siguiente, y así sucesivamente, hasta que al final lo vierte en el cáliz y lo bebe.

Durante las purificaciones el celebrante (diácono o acólito) dice en secreto: “Haz, Señor, que recibimos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna”. Después de beber la ablución, si es necesario, el celebrante se limpia los labios con el purificador. Deja el purificador en el altar o en la credencia, donde el ayudante cubre el cáliz. Si las purificaciones se dejan para después de la misa, los vasos sagrados se llevan a la credencia, se colocan sobre un corporal y se cubren con un velo (cubrecáliz). Las purificaciones no deben hacerse en la sacristía.

Durante la Comunión, un ayudante quita el misal y el atril del altar. Cuando el celebrante vuelve a la sede, los ayudantes (diácono o acólito) van al altar y doblan el corporal llevándolo junto con el cáliz y cualquier otro vaso sagrado a la credencia. El altar está ahora como antes de la preparación de las ofrendas. Sin embargo, el cele­brante puede decidir recitar la oración después de la Comunión e impartir la bendición final desde el altar. En este caso, después de lle­var el corporal y los vasos sagrados a la credencia, el misal y el atril pue­den ponerse en el centro, donde estaba el corporal. Antes de que el celebrante vaya al altar, un ayudante puede pasar las páginas del misal para dejarlo abierto por la oración de poscomunión propia del día. (1)

Devuelve al creyente al estado de pureza. La ablución es necesaria para poder orar y realizar las vueltas rituales a la Kaaba. Además es conveniente para tocar el Corán.

La impureza menor (hazat) se produce al emitir gases o fluidos del cuerpo, quedarse dormido, la pérdida de conocimiento, por el contacto con sustancias impuras o por el tocamiento intencionado de los órganos genitales propios o de otra persona.

El wudu consiste, resumidamente, en lavarse ambas manos, enjuagarse la boca y frotarse los dientes con agua, inspirarla por la nariz y expulsarla, lavar el rostro, el cabello, la barba y las orejas, los antebrazos, hasta los codos, y los pies, hasta los tobillos.

Para el musulmán, el agua tiene ante todo una función purificadora. Existen tres clases de ablución:
La más importante concierne el cuerpo entero; obligatorio después del acto de amor, se recomienda antes de la oración del viernes y antes de tocar el Corán.
Todos los días, el musulmán debe enjuagarse la cabeza, lavarse las manos, los antebrazos y los pies antes de las cinco oraciones diarias. Las mezquitas siempre tienen puntos de agua, a menudo fuentes, para estas abluciones.
Cuando falta agua, las personas de confesión islámica utilizan la arena; se trata del tercer tipo de ablución.
Es por todos conocido que en la religión musulmana es preceptiva la ablución o limpieza ritual antes de iniciar la oración, tanto si se va a efectuar en ámbito privado –la propia casa–, como en un lugar público –la mezquita–. Existen dos modalidades de ablución: el gusl o ablución mayor, que se efectúa en el baño ( hammam ) y exigido para las impurezas de origen sexual; y el wudu' o ablución menor, indicado tras el contacto con sustancias impuras, especialmente las derivadas de las necesidades corporales (orina y excrementos); pero también mancilla el sueño, un desvanecimiento, el dar la mano o tocar a una persona de distinto sexo que no es pariente próximo sin una tela interpuesta o el contacto con otras cosas o sustancias consideradas impuras. La impureza menor, o hadat , entre otras consecuencias invalida la oración y acarrea la prohibición de tocar el Corán.

En directa relación con lo anterior, las mezquitas tuvieron y tienen una dependencia específica destinada a que el creyente pueda cumplir con tan importante precepto religioso; esta es el lavatorio (en árabe mida'a , o también dar al-wudu' ), también conocido como pabellón o sala de abluciones, destinado en la religión islámica a las abluciones menores ( wudu' ), que suprimen el estado de impureza ritual leve ( hadat ), permitiendo al musulmán alcanzar el estado de pureza ritual ( tahara ) necesario para la oración en la mezquita. El wudu' consiste en enjuagarse la boca y frotarse los dientes con agua, aspirarla por la nariz y frotarse con ella el rostro, los cabellos, la barba y las orejas, lavarse las manos y los antebrazos hasta los codos y, en fin, los pies hasta los tobillos.

Por regla general, y hasta fechas muy recientes, los lavatorios de al-Andalus eran totalmente desconocidos al no haber llegado hasta nosotros ningún ejemplo de los mismos, pues con la reconquista castellana estos lugares pierden su funcionalidad tras ser consagradas las mezquitas al culto cristiano, y no ser preceptiva entonces la ablución. Sin embargo, en el caso concreto de la mezquita aljama de Córdoba conocíamos por las fuentes literarias árabes que contó en su momento con estas estructuras. Así, se alude a la construcción de una mida'a en época del emir Hisam I –excavada en la década de los años 30 del siglo XX, aunque de forma muy parcial y reducida–; del mismo modo, existen referencias que mencionan la construcción de cuatro lavatorios en época del califa al-Hakam II, dos destinados a los hombres y otros dos destinados a las mujeres, situados frente a las fachadas oriental y occidental de la mezquita, de los cuales no existen evidencias materiales hoy en día.

Es en 1998 cuando una excavación arqueológica en la calle Magistral González Francés –frente a la fachada oriental de la mezquita– permite localizar vez los vestigios de un edificio, casi completo, identificado como uno de los lavatorios de los que constaba la mezquita aljama de Córdoba, hoy integrado de forma acertada en el salón Almanzor del Hotel Conquistador (perteneciente a la empresa Hotusa), que debe autorizar su visita. Es de planta rectangular, exento, con 16 metros de ancho por más de 28 metros de largo (la longitud total no se conoce, por no haber podido ser excavado en su totalidad); fue construido todo él mediante grandes sillares de piedra, y una de sus características principales es que estaba dotado de una importante infraestructura hidráulica –una compleja y extensa red de canalizaciones–, ya que el agua se configura como elemento principal en la funcionalidad de la mida'a . En el lavatorio se han distinguido un vestíbulo de entrada, situado aproximadamente hacia su parte media, un patio de letrinas dispuesto al sur y otro patio al norte posiblemente relacionado con las abluciones propiamente dichas. Los restos conservados de este lavatorio son los únicos pertenecientes a un edificio de estas características que se pueden visitar en Europa.

Gracias de nuevo a los precisos textos árabes medievales, así como a la ubicación del edificio con relación a la mezquita, hoy sabemos que este lavatorio fue construido por Almanzor (primer ministro del califa Hisam II), junto con otros dos, frente a las fachadas oriental, septentrional y occidental de la mezquita aljama de Córdoba, inaugurados el año 390 de la hégira (999-1000 de la era cristiana).

Ya hemos señalado antes que tras la conquista castellana de la ciudad en 1236 el lavatorio pierde su funcionalidad. En 1363 (conocido entonces como las «casas del lavatorio) se transforma en hospital de San Sebastián, uso que tiene hasta 1512, año en que se traslada dicho hospital al edificio que hoy sirve de palacio de congresos y exposiciones; en 1524 fue vendido el solar, estableciéndose entonces en él la Posada del Sol, que fue derribada en la década de los años 70 del siglo pasado. Hoy, mantiene su uso hotelero, casi 500 años después.
El agua es un símbolo de purificación en muchas de las principales religiones: En el judaísmo, Mikvé es un baño ritual utilizado para instalaciones sanitarias necesarias ritual de pureza. En el cristianismo, el agua se utiliza para el bautismo , rito de admisión a la Iglesia Cristiana, tanto en aspersión como en inmersión parcial o total y por el sacerdote durante la misa. En el hinduismo, el agua tiene poderes de purificación. En el Islam, el agua se utiliza para purificar al creyente durante abluciones anteriores a la oración, o Salat.Las abluciones y la noción de pureza ritual son parte del judaísmo y del Islam mientras que el cristianismo casi las ha abandonado..
El baño santo en el Ganges constituye para sus habitantes y para la multitud de peregrinos que acoge la ciudad, el rito más importante del día, que se viene desarrollando desde la imposición del brahmanismo, siglos IV-V adC. Es una baño purificador que, o bien unido con el silencio o con rezos y plegarias, proporciona al que lo ejerce el perdón de los pecados y la santificación para el resto del día. La inmersión en el Ganges puede ser de cuerpo entero, de medio cuerpo o sólo los pies y echándose agua en el cuerpo con la ayuda de un cacito especial que suele ser de metal. Los creyentes aguardan en los ghats o escaleras hasta que despunta el día y el sol empieza a iluminar por la orilla opuesta. Comienzan al mismo tiempo los cánticos solemnes desde los numerosos santuarios de la orilla del río.
Soñar que presenciamos una ablución, la vida nos devolverá algo que creíamos perdido.
Ser el que recibe la purificación, es momento de abrir la mete a nuevos planos y no solo concentrarnos en el plano material
Soñar que son los que purificamos, tenemos un gran deseo de ayudar a los demás a mejorar.
Evitar una ablucion, estamos caminado en contra del buen camino y deberíamos analizar muy bien nuestras acciones.