Hipótesis de la Iglesia sobre la intervención de los demonios en las manifestaciones modernas

«En su intervención exterior, los demonios no están menos solícitos en disimular su presencia, para apartar las sospechas. Siempre astutos y pérfidos, atraen al hombre a sus celadas antes de imponerle las cadenas de la opresión y de la servidumbre. Aquí, despiertan la curiosidad por los fenómenos y juegos pueriles; allí llenan la admiración y subyugan por el atractivo de lo maravilloso. Si lo sobrenatural aparece, si su fuerza los desenmascara, calman y apaciguan las angustias, solicitan la confianza, provocan la familiaridad. Tan pronto se hacen pasar por divinidades y buenos genios, como toman los nombres y aún las facciones de los muertos que han dejado alguna memoria entre los vivos. Por medio de esos fraudes, dignos de la antigua serpiente, hablan y son escuchados; dogmatizan y se les cree; mezclan con sus mentiras algunas verdades y hacen aceptar el error bajo todas las formas. Es ahí que desembocan las pretendidas revelaciones de más allá del túmulo; es para obtener este resultado que la madera, la piedra, los bosques y las fuentes, el santuario de los ídolos, el pie de las mesas, la mano de los niños, representan oráculos; es para eso que la pitonisa profetiza en su delirio, y que el ignorante, en un misterioso sueño, viene a ser de repente, el doctor de la ciencia. Engañar y pervertir, tal es, en todas partes y en todos los tiempos, el objetivo final de esas extrañas manifestaciones.

Los resultados sorprendentes de esas observaciones o de esos actos, en la mayor parte extravagantes y ridículos, no pudiendo proceder de una virtud intrínseca, ni del orden establecido por Dios, no se puede esperarlos sino del concurso de fuerzas ocultas. Tales son, especialmente, los fenómenos extraordinarios obtenidos, en nuestros días, por los procedimientos, en apariencia inofensivos, del magnetismo y el órgano inteligente de las mesas parlantes. Por medio de estas operaciones de la magia moderna, vemos reproducirse, entre nosotros, las evocaciones y los oráculos, las consultas, las curaciones y los sortilegios que ilustraron los templos de los ídolos y los antros de las sibilas. Como en otro tiempo, se ordena a la madera y la madera obedece; se la interroga y ella responde en todas las lenguas y sobre todas las cuestiones; se encuentra en presencia de seres invisibles que usurpan el nombre de los muertos, cuyas pretendidas revelaciones están marcadas con el sello de la contradicción y de la mentira; formas ligeras y sin consistencia aparecen de repente, y se muestran dotadas de una fuerza sobrehumana.

¿Cuáles son los agentes secretos de esos fenómenos y los verdaderos actores de esas escenas inexplicables? Los ángeles no aceptarían esos papeles indignos y no se prestarían a todos los caprichos de una vana curiosidad. Las almas de los muertos, que Dios prohíbe consultar, habitan en una morada que les ha señalado su justicia y no pueden, sin su permiso, ponerse a las órdenes de los vivos. Los seres misteriosos que se entregan así a la primera llamada del herético y del impío así como del fiel, del crimen como de la inocencia, no son ni los enviados de Dios, ni los apóstoles de la verdad y de la salvación sino los cómplices del error y del infierno. A pesar del cuidado que tienen en ocultarse bajo los nombres más venerables, se hacen traición por lo absurdo de sus doctrinas, no menos que por la bajeza de sus actos y la incoherencia de sus palabras. Se esfuerzan en borrar del símbolo religioso, los dogmas del pecado original, de la resurrección de los cuerpos, de la eternidad de las penas y toda la revelación divina a fin de quitar a las leyes su verdadera sanción y abrir al vicio todas las barreras. Si sus sugestiones pudiesen prevalecer, formarían una religión cómoda para el uso del socialismo y de todos aquellos a quienes importuna la noción del deber y de la conciencia. La incredulidad de nuestro siglo les preparó el camino; ¡ojalá que puedan las sociedades cristianas lograr una vuelta sincera a la fe católica y escapar al peligro de esta nueva y terrible invasión!».

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«Aparte del Espíritu protector ¿está unido un mal Espíritu a cada individuo, con miras a incitarlo al mal y darle ocasión de luchar entre el bien y el mal? 
- "Unido" no es la palabra exacta. Bien es verdad que los malos Espíritus tratan de desviar del camino recto al hombre cuando se les presenta la oportunidad: pero si uno de ellos se apega a un individuo, lo hace por determinación propia, porque espera que el hombre le haga caso. Entonces se desarrolla una lucha entre el bueno y el malo, y la victoria corresponderá a aquel cuyo dominio el individuo entregue»
Libro de los Espíritus, cuestión 511.